Juana Martín presenta en París con la Fe como hilo conductor y la Alta Costura como lenguaje

Desde la Sorbona de París, uno de los templos del pensamiento ilustrado europeo, la diseñadora Juana Martín presentó ayer Fervor, su nueva propuesta para la temporada Otoño/Invierno 2025/2026, dejándose llevar una vez más por la cultura andaluza como motor creativo.

La presentación tuvo lugar pocas horas después de que Martín recibiera el máximo reconocimiento oficial de la moda en España, un galardón que reconoce, entre otros méritos, su incorporación al exclusivo calendario de la Fédération de la Haute Couture et de la Mode (FHCM) que la sitúa en la estela de otros creativos españoles como Balenciaga o Rabanne, llevando su propuesta a uno de los escenarios más exigentes y prestigiosos del mundo como la primera mujer, andaluza y gitana en hacerlo.

El desfile, casi litúrgico en su puesta en escena, desplegó una narrativa íntima y cargada de simbolismo, en la que cada prenda contaba una historia de fe, arraigo e identidad, que resonó como una “madrugá” reinterpretada a través del lenguaje de la moda contemporánea.

Descalza, con expresión contenida y mirada matizada por tonos rojizos, la primera modelo salía a escena vistiendo una pieza escultórica confeccionada en cuerda. En el centro de la pieza, una figura también en cuerda evocaba la silueta de Cristo crucificado. Sobre los hombros, caían drapeados de tela marfil como mantos ceremoniales, aportando solemnidad al conjunto y marcando el tono de la propuesta que allí se iba a presentar.

A lo largo del desfile se reveló una paleta de blancos, marfiles y negros, con detalles en rosa. El ruán, tejido habitual en los hábitos de las hermandades, tuvo un papel casi protagonista, en diálogo con materiales como la gasa japonesa, el terciopelo o los encajes florales.

Esta tensión entre el blanco y el negro, habitual en el universo de Martín, funciona en esta ocasión como un relato visual que oscila entre la pureza virginal, representada en transparencias etéreas, pedrería y coronas celestiales; y la penitencia solemne, evocada a través de siluetas oscuras, cuerdas anudadas y adornos que remiten a coronas de espinas.

Las formas combinaban piezas estructuradas con otras más fluidas, y los detalles pensados como parte del mismo lenguaje. Vestidos columna, capas amplias y mangas envolventes completados con tocados, velos y joyería. El desfile estaba construido para ser leído como una narración, no como una suma de ideas aisladas.

El imaginario litúrgico que vertebraba la colección encontraba una de sus expresiones más poéticas en un guiño a la petalada, ese momento de las procesiones religiosas en el que el cielo se cubre de flores al paso de las imágenes. En esta reinterpretación, el gesto se materializaba en un vestido-velo translúcido cubierto de pétalos de rosa, que cerraba el desfile envolviendo la escena en un lirismo sutil teñido del color acento de la propuesta.