Louis Vuitton, tributo al dios Sol desde los acantilados de California
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En el marco de un magnético y embriagador desfile, en vivo y con público, organizado desde el estado estadounidense de California, la casa de modas Louis Vuitton, buque insignia del holding internacional francés especializado en bienes y artículos de lujo LVMH, presentaba hace escasamente unas horas su Colección Crucero para mujer para la temporada de 2023. Una propuesta que llegaba firmada una vez más por el diseñador francés Nicolas Ghesquière, director creativo de las colección femeninas de Louis Vuitton desde noviembre de 2013, fecha en la que se oficializaba su desembarco en la prestigiosa casa de modas tras mantenerse por más de 15 años al frente de Balenciaga, durante sus últimos años ya propiedad del Grupo Kering, principal competidor en el ámbito de la moda-lujo de LVMH.
Como telón de fondo para la organización de tan señalado desfile, Ghesquière escogió el emblemático e icónico patio central del Instituto Salk de Estudios Biológicos de La Jolla, uno de los distritos de la ciudad costera de San Diego. Complejo que se destacada dentro del mundo de la arquitectura por estar considerado como una de las mayores y más completas obras del celebrado arquitecto estadounidense Louis Khan, una de las figuras más importantes y vitales dentro de la arquitectura de comienzos del siglo XX, considerado por muchos como el padre del movimiento postmoderno al que se abrió la práctica tras evidenciarse el fracaso de los hieráticos postulados del movimiento moderno auspiciado por figuras como Mies van der Rohe o Le Corbusier.
Adoración al Sol
Aunando de este modo y a un mismo tiempo moda y arquitectura, junto a un mensaje que trasciende y que se sitúa más allá de los límites de la moda, tal y como el propio diseñador ha venido haciendo con anteriores presentaciones para Vuitton como las organizadas desde el interior de espacios tan singulares como los del Museo del Louvre o, posteriormente, el Musée d’Orsay de París, la casa de modas reunía a cerca de 650 invitados en torno al patio central del Salk Institute. Un templo de vació y de silencio dotado con la magnificencia de un altar pagano, característica de la que Ghesquière se sirvió para transformarlo en un recinto de adoración al dios Sol. Deidad nacida de la propia aproximación de Ghesquière a este lugar sagrado para todo buen amante de la arquitectura, convertida a su vez en la protagonista central de la misma colección que se decidía a dar a conocer frente a los acantilados sobre los que se erige el complejo que proyectase Kahn a mediados del pasado siglo XX.
“Aquí, en este lugar para la investigación biomédica”, se está tratando de dar respuesta a “las preguntas a cerca de la humanidad”, por parte de “las mentes más ilustradas y eruditas del mundo”, apuntan desde Louis Vuitton a través de un comunicado. Unas líneas con las que aparecen establecer una relación directa entre el actual presente en el que vivimos, todavía ensombrecido por lo que esperamos sean los últimos coleteos de esta pandemia por coronavirus, y la confianza que este nos ha conducido a depositar ciegamente sobre la ciencia, de la que se muestra como fuente y garante este Salk Institute y las investigaciones que se desarrollan bajo el techo de sus instalaciones. Una ciencia que parece aquí personificares a través de la figura de ese dios Sol, dispuesto, de la mano de las creaciones de Ghesquière, a desterrar con su luz todo rastro de cualquier vestigio de sombras y desconsuelos.
“El arquitecto Louis Khan pone al sol, el creador de la vida natural, en el corazón del Instituto Salk”, un complejo “brutalista de 1965 diseñado como un sereno monasterio de hormigón para almas iluminadas”. “En un momento específico del día, durante una puesta de sol abrasadora, el sol se enmarca perfectamente con la construcción, siguiendo el eje preciso de su fuente central”. Siendo este un momento en el que “la combinación de los rayos del sol y del brillante agua”, termina “bañándolo todo de un tono dorado, que transforma en oro todo lo que toca”, en una muestra de fuerza y de adoración primitiva, que se sitúa como germen de la propia propuesta diseñada por Ghesquière.
Una revisitación de los códigos idealizados de las culturas paganas
Siguiendo ese transcurso de las horas y del tiempo del que se erige como testigo el desnudo espacio central del Salk Institute, el diseñador francés presentaba una colección que evolucionaba al mismo ritmo en el que lo hacen las horas del día, y con ellas la incidencia del sol. Característica que terminaba poniéndose de manifiesto a partir de una paleta cromática, que arrancaba con los tonos plateados de una limpia noche estrellada, para dar paso a un despertar del día alumbrado de intensos azules, amarillos y tonalidades tierra, para desde ahí avanzar a las incendiadas coloraciones anaranjadas de los atardeceres, y terminar con los oros crepusculares del final del día, y nuevamente los platas de la luna y de la noche.
Partiendo así de esta estructura cromática asimilada a la evolución de la incendia solar, sobre la pasarela se mostraron una sucesión de prendas altamente vanguardistas y futuristas, de una cierta estética a lo Mad Max, de entre las que se destacaban desde unos voluminosos y arquitectónicos vestidos, a diferentes modelos de pantalones bombachos, vestidos cortos o unas toreras esculturales. Piezas todas ellas que exhalaban una notable inspiración neopagana, como revisitación de las estéticas idealizadas de culturas como la egipcia, la romana o la griega.
“El sol es el invitado de honor a la colección Crucero 2023”, no tienen reparos en proclamar desde Louis Vuitton; puesto que no hay duda de que es el Astro Rey el que “participa activamente en la evolución de esta colección, en la que los cambios de temperatura marcan el ‘tempo’ estilístico” de un propuesta de “estética nómada”, que fluye desde “las arenas a los acantilados”. Una colección construida sobre algo tan efímero e intangible como resulta ser el paso del tiempo, en un valor al que contribuye la propia materialización de las prendas de la propuesta. Unas piezas realizadas en tejidos de lino, jaquard, seda, cuero o en tweed, cuyos acabados terminan construyendo “la ilusión de una paleta metálica”, estableciendo un juego de “vibraciones y reflejos”, que fue el que permitió el que las propias siluetas se encargasen de deslumbrar durante el desfile, en un “diálogo con la apuesta de sol” y con la “luz única de la Costa Oeste” que se encargó de llenar las telas de brillos y destellos.