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Shein contra Vestiaire Collective: la batalla ideológica (y económica) en torno a la moda rápida

Por Diane Vanderschelden

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Campagne 2025 Vestiaire Collective. Credits: Vestiaire Collective

Dos visiones irreconciliables de la moda se enfrentan en territorio francés. Por un lado, Shein, el gigante chino de la ultra fast fashion, promueve una moda “accesible para todos”. Por el otro, Vestiaire Collective, pionero en la compraventa de Alta Costura de segunda mano, denuncia que se trata de una promesa tóxica, basada en la explotación social, el despilfarro textil y la amenaza a todo un ecosistema industrial.

“La moda para todos, la miseria para algunos”. Con este eslogan contundente, Vestiaire Collective respondió a las campañas publicitarias de Shein, que defiende una visión de la moda como un "derecho fundamental", al alcance de todos los bolsillos. Un derecho cuyo costo real, según la Chief Impact Officer de Vestiaire Collective, Dounia Wone, es mucho más elevado que el precio en la etiqueta: empleo local sacrificado, conocimiento textil borrado, planeta contaminado. Y una promesa de “democratización” de la moda construida sobre condiciones de trabajo denunciadas como abusivas.

¿Una promesa económica seductora… pero insostenible? Shein ha conquistado el mundo gracias a una receta simple: miles de referencias, renovadas en tiempo real, a precios ultracompetitivos. Un vestido a 12 euros, entregado en 72 horas, devuelto si es necesario… o desechado. Detrás de esta logística impresionante, un modelo que se basa en una cadencia infernal de producción —hasta 75 horas de trabajo semanales en talleres denunciados por varias ONG— y una tasa de devoluciones tan elevada que justifica el entierro o la incineración de prendas nuevas no revendidas.

Vestiaire Collective ataca frontalmente esta lógica: “¿Por qué la moda debería ser desechable?”, interpela la marca en sus campañas. Afirma que este modelo no integra ningún costo real: ni para el medio ambiente, ni para los derechos sociales, ni para las economías locales.

Vestiaire Collective, activista y activada

La ofensiva de Vestiaire Collective no se limita a los eslóganes. Desde 2022, la plataforma ha prohibido progresivamente más de 70 marcas de fast fashion, incluidas Shein, Zara, Boohoo, H&M y PrettyLittleThing. Una estrategia a contracorriente de los imperativos de volumen en el e-commerce, pero que parece dar sus frutos: el 92 por ciento de los compradores se han mantenido activos tras estas decisiones, según la plataforma, que apuesta por el auge del mercado de la segunda mano.

La empresa no lo oculta, ahora es un actor político. Milita activamente por una regulación más estricta del sector textil, en particular contra los gigantes asiáticos de la fast fashion. En el punto de mira, el proyecto de ley anti-fast fashion, impulsado por la diputada Anne-Cécile Violland, que preveía un sistema de bonificación-penalización y una limitación de la publicidad para las marcas contaminantes. Un texto enterrado en marzo de 2025 en un silencio político glacial.

Lobbying, nombramientos y zonas de sombra

La polémica se reavivó con el nombramiento sorpresa de Christophe Castaner, exministro del Interior, al comité estratégico RSE de Shein. Para la cofundadora de Vestiaire Collective, Fanny Moizant, es un “escándalo nacional”: esta llegada coincide extrañamente con la retirada del proyecto de ley. “Shein ha sido muy astuta. Han desactivado una regulación que habría costado millones”, declara en Madame Figaro.

Según ella, Francia podría haberse convertido en un líder mundial en la regulación de la moda desechable, y Shein no ha retrocedido ante ningún medio para impedirlo.

Una guerra de relatos tanto como un enfrentamiento de modelos

Este duelo pone de manifiesto dos relatos antagónicos en torno al consumo. Shein vende la velocidad, la novedad, la accesibilidad, al precio de un modelo industrial opaco y controvertido. Vestiaire Collective defiende la durabilidad, la calidad, la circularidad, al precio de un esfuerzo de educación de los consumidores y de un cambio cultural profundo.

Pero este combate no se limita a tomas de posición: ya influye en el trabajo legislativo.

La ley que genera debate

A pesar de la retirada inicial del proyecto de ley anti-fast fashion, la movilización sigue presionando. Bajo el efecto de una intensa cobertura mediática y de una indignación creciente, la ley ha sido revisada y reinscrita en la agenda parlamentaria, aunque en una versión edulcorada. Si bien la bonificación-penalización se ha mantenido, la tributación máxima se ha reducido y las restricciones a la publicidad se han suavizado. Una victoria parcial para los defensores de una moda más responsable, pero una señal clara de que la presión funciona.

Signo de los tiempos: las grandes figuras de la moda francesa toman ahora posición públicamente. Desde las casas de costura hasta los sellos independientes, varios líderes del sector denuncian a su vez el modelo Shein, saludan el coraje de Vestiaire Collective y piden una reforma estructural. Una dinámica que podría marcar un punto de inflexión: la crítica del bajo costo ultrarrápido ya no es solo defendida por activistas, sino que se convierte en un problema de imagen para los actores establecidos de la moda hexagonal.

Shein contraataca, la moda francesa responde

Ante el examen en el Senado de la ley anti-fast fashion, previsto para el diez de junio, Shein pasa a la ofensiva. La marca china, consciente de la amenaza regulatoria, despliega una vasta campaña publicitaria firmada por Havas, insistiendo en que “la moda es un derecho, no un privilegio”. Una operación de seducción basada en el argumento del poder adquisitivo, destinada a movilizar a la opinión pública contra una legislación que considera elitista.

Pero el sector de la moda francesa no se deja intimidar. Diseñadores, empresarios, federaciones e influencers toman posición uno tras otro. Victoire Satto, fundadora de The Good Goods, resume la situación: “No es casualidad que Shein comunique tanto: tiene miedo”. Por su parte, Fanny Moizant, presidenta de Vestiaire Collective, sigue denunciando el impacto económico y medioambiental destructivo del modelo ultrabarato. Recuerda que la ley no pretende hacer que la moda sea inaccesible, sino restablecer un equilibrio competitivo, al tiempo que establece límites claros a una industria que corre hacia el agotamiento.

Yann Rivoallan, presidente de la Federación Francesa del Prêt-à-Porter Femenino, reclama acciones inmediatas a través de la DGCCRF (Dirección General de la Competencia, el Consumo y la Represión del Fraude), mencionando prácticas comerciales engañosas y promociones ilegales.

Jocelyn Meire, fundador de FASK y presidente de la Escuela de Producción de Confección Textil de la Región Sur, también se ha expresado con firmeza. Recuerda un intercambio anterior con el presidente del Gran Puerto Marítimo de Marsella —que no es otro que el consejero de RSE de Shein—, quien calificó de “asquerosa” la idea de una penalización ecológica sobre las prendas producidas en masa en condiciones indignas. Jocelyn Meire reacciona con ironía y cólera: “Cuando las prendas se vuelven más rápidas que la ética y más baratas que la dignidad, no solo consumimos moda, sino que participamos en un colapso”.

Paralelamente, asociaciones como Les Amis de la Terre, Emmaüs France o WeMove Europe movilizan a ciudadanos y decisores. Circula una petición, se suceden tribunas y se prevé una movilización el 14 de mayo en Marsella, ciudad declarada “Capital de la Moda Eco-responsable”.

Esta presión colectiva empuja al legislador a revisar su copia: el proyecto de ley, en un tiempo amenazado, vuelve al Senado, en una versión enmendada pero aún ambiciosa. La UFIMH y el colectivo En Mode Climat han enviado dos propuestas complementarias a los senadores, con el fin de evitar que se desvirtúe el texto. Por primera vez, la moda francesa hace frente común contra una ofensiva industrial global.

¿Hacia un futuro más circular?

¿Pasará el futuro de la moda por la segunda mano y la trazabilidad? Vestiaire Collective está convencida de ello. La empresa participa en particular en el desarrollo del Digital Product Passport (DPP), un pasaporte digital que permitirá identificar el origen, la composición y la reparabilidad de un producto. Una tecnología impulsada por la Comisión Europea, y que podría transformar de forma duradera el mercado del textil favoreciendo la reventa, la transparencia y la circularidad.

Vestiaire incluso prevé un futuro en el que las marcas perciban una parte de las reventas realizadas en su plataforma, una nueva forma de ingresos sostenibles y alineados con la economía circular.

En un momento en que la opinión pública se polariza en torno al precio de las prendas, la batalla entre Shein y Vestiaire Collective supera el simple marco comercial. Cuestiona nuestras prioridades colectivas: ¿producir siempre más para siempre más barato, o consumir menos, pero mejor?

Este artículo fue originalmente publicado en otro idioma dentro de la red internacional de FashionUnited y después traducido al español usando una herramienta de inteligencia artificial.

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